EL ESPIRITU SANTO, FUERZA AMOROSA DE DIOS.
Poco antes de subir al cielo, Jesús prometió a sus discípulos el envío del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad que trae al mundo la FUERZA y el AMOR de Dios. “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre por vosotros y os enviará al Espíritu Santo, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (Juan 14, 15 ss)
A
los 40 días de su gloriosa Resurrección Jesús ascendió al cielo, y está junto a
Dios Padre, pero antes de marchar les dijo: “Mirad, yo voy a enviar sobre
vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte, permaneced en Jerusalén
hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.” (Lucas, 24, 49).
Después
que Jesús sube al cielo, los apóstoles quedaron en Jerusalén, y unos días
después, estando reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, “de
repente vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que
llenó toda la casa donde se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como
de fuego, que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos
llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el
Espíritu les concedía expresarse”. (Hechos 2, 1-4).
Los apóstoles eran personas sencillas, con pocos estudios, y sin embargo, con la fuerza del Espíritu fueron anunciando y extendiendo el mensaje de Jesús por todo el mundo. Quien realmente mueve a la Iglesia y al mundo, es el Espíritu que Jesús Resucitado nos envía desde el cielo. También hoy Jesús nos sigue enviando su Espíritu, es decir, su FUERZA y su AMOR para que la Iglesia siga avanzando, para que su Evangelio llegue al corazón de todas las personas, y sea posible un mundo de Paz, y Fraternidad, donde todos los seres humanos vivamos como hermanos. Recemos con fervor y sentimiento pidiendo el Espíritu Santo.
ORACIÓN AL
ESPIRITU SANTO
(Secuencia de
Pentecostés)
Ven,
Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en
tus dones espléndido; Luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo. Ven,
dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los
duelos. Entra hasta el fundo del alma, divina Luz y enriquécenos. Mira el vacío
del alma si tu le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías
tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo; lava las
manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al
que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos; por
tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse,
y danos tu gozo eterno. Amén.