Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario.
LA SABIDURÍA.
Más
adelante, el texto que hemos leído dice que: “todo el oro, ante la sabiduría
de Dios, ante la fuerza amorosa de Dios, es como un poco de arena”. ¿Qué es
lo más valioso, el dinero o una vida llena de sentido y felicidad?
Ni el poder, ni las piedras preciosas, ni el dinero, ni la belleza, ni los triunfos o el éxito,…son capaces de llenar el corazón humano. A pesar de las apariencias, estas cosas son como el polvo que se lleva el viento. Sólo la sabiduría, la gracia que Dios nos regala, es un manantial de agua que nos llena la vida de sentido y felicidad.
El
salmo responsorial que hemos contestado nos decía: “Sácianos de tu
misericordia, Señor, y estaremos alegres”. Dicho de otra manera: sácianos
de tu sabiduría, de tu gracia, de tu amor, Señor, y estaremos alegres. Más
importante que el dinero, el poder, la belleza,… mucho más importante que todo
eso es tener el corazón lleno de la misericordia de Dios, es decir de la fuerza
amorosa de Dios.
En
el Evangelio que hemos escuchado hoy se nos dice que un muchacho se acercó a
Jesús para preguntarle qué debía hacer para ir al cielo, para entrar en la vida
eterna. Jesús le dijo que cumpliese los mandamientos: no matarás, no robarás,
cuidarás de tu padre y de tu madre, rezarás a Dios de corazón, ayudarás a las
personas necesitadas, etc. Eso ya lo hago dijo el muchacho, y entonces Jesús le
dijo: dale tu dinero a los pobres, VEN Y SÍGUEME.
Pero el muchacho aquel, tenía mucho dinero y no quiso seguir a Jesús. Prefirió su dinero antes que seguir a Jesús. Al final de la vida, cuando el Señor nos llame, por mucho dinero que tengamos, no podremos evitar su llamada. Tengamos sed de Dios, sed de trascendencia, sed de infinito,… ahí está la auténtica sabiduría.
ORACIÓN: Señor Jesús, danos un corazón lleno de Sabiduría que tenga sed de Ti, sed de infinito, sed de trascendencia, sed de eternidad,… Señor Jesús, danos un corazón sabio, para que escuchemos tu voz: ven, sígueme.
Que nosotros sepamos seguirte de corazón, poniendo en ti toda nuestra confianza y esperanza. Que sepamos decir, con un corazón valiente: Señor, ¿qué puedo y debo hacer por Ti?. Conmigo puedes contar. Aquí estoy yo para lo que haga falta. Amén. Así sea.